viernes, 29 de marzo de 2024

En días de asueto



— Pero amiga, solo prueba una vez, no puedes ser tan cortita de mente
— No, Sarita, aunque te lo agradezco
— Vamos, Maia, confía en mí, si quieres lo hacemos en una cita doble y vamos por ahí a un barecito retro, hasta te dejo escoger entre ambos y ya luego lo que surja
— Diría que no
— Pero amiga, qué te cuesta... anda, no quiero que estés sola
— No lo estoy, además, no lo necesito, he pedido un prospecto por Amazon; y tengo en carrito otro por Mercado libre, quizás me decida y pruebe también con Ali Express -no importa si tarda más el envío, no llevo prisa- y ya si no funciona intentaré hacerme con la aplicación de Temu y buscaré por ahí... que por pedir no falte, pero por ningún motivo estaré en una cita a ciegas, Sarita 

— Pero amiga, mmm, oye podrías pedir otro para mí
— Ja, brindemos por eso, Sarita -a la distancia, amiga-

Dejo el móvil al lado y me centro en esa maravillosa caída del atardecer de esa escapada relámpago, mientras me dejo insuflar por la música de fondo de un ronroneo sutil.

Sí, definitivamente, soy una expulsión del averno por divertirme en estos días de introspección y perdón..


martes, 19 de marzo de 2024

Aquella primera vez


Regresaba de la escuela y la tía Elena me llamó a su lado e hizo una observación a mi madre.

— María, esta niña se ha desarrollado mucho antes que sus hermanas, debe usar sostén; y trata de comprarle blusitas escolares con spandex para que sus niñas puedan respirar.
— ¿Sus niñas, tía?
— Maia, tu mamá me entiende 

Guardé silencio, en un principio no debí hablar porque la conversación se estaba sucediendo entre mayores. Mi madre se molestó por las observaciones de la tía Elena pero no dijo nada, solo no volvió a ser invitada a casa, pero empezó a verme de forma diferente; y días después dejé mis pequeños corpiños y usé mi primer sostén, también unas blusitas que se expandían en los lugares más abultados, permitiéndome -al fin- respirar profundo.

En esa nueva versión de mí, me daba vergüenza asistir a clases con sostén y blusitas elásticas, era imposible disimular la forma del cuerpo, pero rápidamente me acostumbré, la comodidad logró imponerse al cambio.

Días después regresé avergonzada y temerosa, mis padres tenían un negocio familiar cerca de la casa, me detuve en la puerta y me quedé callada, observando su ardua labor para mantener en óptimas condiciones a su familia, ellos se encontraban ensimismados en sus ocupaciones. se hablaban poco, habitaban el mismo espacio apenas siendo conscientes de la presencia del otro, aún así, agradecí que se mantuvieran en su línea de padres unidos por sus hijos, algo que -sin hablarlo- habían decidido.

En algún momento mi madre levantó la vista de sus ocupaciones, se quedó mirándome, con esa mirada que sentía tan penetrante, era como si con solo verme sacara todos mis secretos y demonios; y desnudos los colocara allí, a la vista de cualquiera -mi abuela decía que mi madre tenía una mirada matadora, decía que así nos controlaba; y sí, cuando ella lo hacía, me convertía en zombi-. Mi madre no dijo nada, solo permaneció mirándome por largo rato, quizás presionando el momento para que revelara mi secreto, el que creí mejor guardado, tenía la piel erizada y hacía un gran esfuerzo por parecer serena.

Pasados varios minutos en los que intentaba escabullirme de sus ojos, mi padre se percató de mi presencia, sonrió e hizo algún comentario que no recuerdo -o no escuché, perdida como estaba- mi padre seguía hablando y yo seguía sin entender lo que decía, hasta que oí la voz de mamá — No te gastes, Juan, ella no te escucha. Mi madre me hablaba con la mirada pero mi problema era mayor y no presté atención.

— ¡Reprobé una materia!, bueno, no propiamente la materia, un examen -dije-
— ¿Solo uno?
— Sí, pa
— Bueno, uno no es ninguno, preocúpate cuando repruebes tres, -dijo mi padre-

Sentí un poco de alivio, aún así, la vergüenza no disminuyó, mi madre seguía sin quitarme la vista de encima, ella y los cuatro empleados de mis padres.
— Vamos a casa, Maia 

Estaba asustada, mi madre nunca se interesó en mis calificaciones o cualquiera de mis deberes, ella asumía que cada uno hacía lo que debía y nunca se involucró en algo después de haber dado una indicación o una orden -así entendía la confianza- pero no veía otro motivo que justificara su molestia. Al llegar a casa se colocó delante del espejo y señaló que me colocara a su lado; y así lo hice.

— ¿Qué es lo que ves, Maia?
— No lo sé, nada -sus ojos se volvieron más pequeños, señal de una gran molestia-
— Esto nunca debe verse, Maia, no debes tentar a los hombres ¿cómo dará la cara por ti tu padre si andas así, exhibiéndote? -lo decía al tiempo que señalaba en el espejo mi busto, más precisamente unos puntos sobresalientes en ellos-
— Yo, eh. Me quedé callada, por primera vez fui consciente que mi cuerpo era diferente al de las otras niñas. La vergüenza por el examen reprobado se vio minimizado por esos botones sobresalientes en mi blusa, instintivamente crucé los brazos tratando de cubrirlos y bajé la mirada.
— ¡Controla tus emociones!, es la única forma de dominar tu cuerpo, Maia. -asentí cohibida-

Luego de unos años aprendí, que eso que mi madre reprobaba tan duramente podía funcionar a beneficio; y cambiar fácilmente un no, por un sí.



viernes, 15 de marzo de 2024

Parecía difícil



Asistir a tiendas o lugares exteriores es diferente para mí del común de las personas, cuido de no tocar superficies, -así se muestren aparentemente limpias- pero entre las charlas o distracciones, en algún momento lo hago, e inconscientemente empieza el comezón en las manos. 

Familia y amigos me decían que exageraba, hasta una tarde que por casualidad descubrí -después lo confirmaron los estudios- que esta reacción anormal se llama Atopia; y es más común de lo que parece. Por ese motivo la limpieza en casa no es opcional, a tal grado es la incomodidad que la Atopia me genera, que me he vuelto obsesiva de la pulcritud.

Semanas atrás empecé a tener en el hogar esa misma reacción, esto ocurría al iniciar el día, cada día -antes de la acostumbrada limpieza- esto hizo que me diera cuenta que tenía inquilinos que estaban provocando mi molestia, después de asimilar la situación y ponerme en contacto con los especialistas, me indicaron que Gurrumino tenía que estar fuera de casa de una a dos semanas, quizás tres, dependiendo de cómo se desarrollaran las cosas.

Y así lo hice, llevé a Gurrumino a una guardería; y estuvo allí alrededor de una semana en la que iba a visitarlo unas horas de la mañana de cada tercer día. Los especialistas volvieron y se reagruparon e indicaron que se llevaría una semana más.

Miércoles por la mañana estuve de visita con Gurrumino, lo sentí apagado, distante y resignado, me partió el corazón y volví a casa en pedazos. Había caído la noche, estaba triste y solitaria, aparte de la situación con Gurrumino, últimamente hemos coincidido poco con JM. Me acomodé en el sofá negro y empecé a conversar con un amigo de la situación que estaba teniendo, en algún momento de la noche me llegó una notificación del grupo de mujeres con el ícono rojo de "importante", abrí el mensaje, me despedí de mi amigo y me dirigí a la guardería -uno de los perritos murió al cuidado de la guardería agredido por otro perrito-. Llegué a la guardería, busqué a Gurrumino y lo traje conmigo.

El problema con los inquilinos no sé si logró solucionarse, intuyo que sí porque la Atopia no ha vuelto, pero Gurrumino estaba diferente, siempre arrinconado o debajo de la mesa, cuando cerraba alguna puerta se ponía ansioso y arañaba la madera hasta lograr que la abriera, luego de eso iba y se guardaba debajo de la cama o detrás del sofá, no me seguía ni corría conmigo, tampoco me daba su muñeco favorito para que jugáramos; y así llevábamos un par de días en los que no lograba sacarlo de su ensimismamiento.

Otro día más y Gurrumino estaba en las mismas, acostado y sin querer levantarse — Gurrumino, hoy toca pollito; y la magia se dio, Gurrumino se levantó, se acercó corriendo y comió hasta dejar su plato limpio, luego de eso vino conmigo trayendo su juguete y volvió a ser el mismo...

Parecía difícil volverlo a mí; y fue tan fácil...

viernes, 8 de marzo de 2024

¿Acaso un intento de reencuentro?

🎼 🎶

Estaba a punto de salir de casa cuando al abrí la puerta lo ví acelerando el paso para alcanzar la vuelta, llegó hasta la curva y desapareció... Ahí me quedé, sin comprender lo que sentí. Fue un momento extraño, de esos que parece que el tiempo no corre. 

No vi su rostro, pero su cuerpo no ha cambiado mucho, quizás más delgado pero no lo suficiente para pasar por irreconocible. Después del incidente el resto del día lo pasé en el limbo, el -casi- encuentro con K se quedó en mi cabeza; y esa idea evitó la concentración.

Ya en la reunión con, Marce, mis pensamientos seguían fijos en su silueta. 
Maia, atiéndeme, ¿Estás segura que era K?
— Había olvidado que siempre me impresionó su altura, su complexión, es un hombre que en su casi 1,90 se inclinaba para hablar con la mayoría; y sus 110 kg se volvían torpes al abrazarme, creo que no medía su fuerza
— Es un cuerpo desperdiciado, deberíamos contratarlo como seguridad para la clínica, quizás así te decidas volver los fines de semana, amiga, que nos estamos complicando; ya sabes que nadie quiere trabajar los fines, ¿Y cómo va tu tobillo?
— Volvió a lastimarse, hice un movimiento brusco cuando lo vi alejándose
¿Tan malo es que haya vuelto?
— No, bueno no sé, éramos buenos amigos, por qué tenía que arruinarse todo...
— Porque todas las relaciones -del tipo que sean- son complicadas, pero, Maia, un hombre tan grande debe estar muy pero que muy grande, o sea, cualquier mujer estaría feliz a su lado
— Ay, Marce, al volver K me ha venido también aquella sensación de sentir que está en todos lados, incluyendo mis pensamientos.
¿Maia; y eso es malo? -me encogí de hombros- ¿oye; y está soltero?, digo, solo por saber, que soy una mujer comprometida, aunque eso nunca me ha importado, además ¿qué tanto es tantito?
— No te gustaría involucrarte con él, o bueno, no lo sé, quizás tú lo manejarías mejor que yo, pero esa sensación de estar siempre vigilada no es algo que quiero volver a experimentar; y no me gustaría que pasaras por algo así
— Pero, Maia, es que, 1,90 metros son muchos pero que muchos centímetros; y están para pensarse.

Lo cierto es que, a pesar de todo el revoltijo mental que me ha generado su regreso, me alegra sentir que parece estar bien.

lunes, 4 de marzo de 2024

Los cuatro supervivientes

🎼 🎶


Busqué de dónde provenía ese olor desagradable -humedad y/o bichos-. 

Empecé a mover, desechando y limpiando. Tengo -tenía- un pequeño rincón al lado del sofá negro y debajo de la ventana donde iba colocando los releibles; -y algunos que prometí leer-.

Con las contínuas lluvia que se han venido sucediendo; y las cortinas siempre cerradas, no me di cuenta que una diminuta y constante filtración fue a parar directo hacia ellos dejándolos inservibles. Sí, de ahí venía el mal olor; y de ahí  surgió mi tristeza por la pérdida. 

De entre poco más de cincuenta libros solo quedaron cuatro rescatables, El Quijote, El Alquimista, Once minutos y un libro de cocina -de ingredientes impronunciables- que me prometí leer y nunca lo hice. Al abrir uno de ellos me encontré una extensa y honda dedicatoria de un antiguo amigo que pretendía ser más... 

Conforme leía, ahora con años de distancia entre los dos, esta segunda lectura me arrojó matrices que en su momento no se develaron, también me recordó aquella frase que él repetía constantemente "Maia, tú y yo estamos conectados, lo que tú pienses; yo lo percibo".

Sucedió una tarde de calor abrasador, K se plantó fuera de casa, me llamó y me advirtió que no se iría hasta hablar conmigo, no me creyó cuando le comenté que estaba de viaje, se sentó en la acera y se dedicó las horas siguientes a detener a todo vecino que tenía la mala fortuna de pasar cerca de él y contarle de mí; y de lo mucho que lo hacía sufrir mi falta de querer.

En cada ocasión que abrí las cámaras desde el móvil, K estaba ahí, fiel a su palabra, la situación me provocó incomodidad; y duda, ¿Qué mueve a un hombre mayor a comportarse tan inmaduro como un crío?...

Ya de noche, K metió ese libro por debajo de la puerta y desapareció, no volví a saber de él, hasta hace unos días que, de entre todos los libros que se perdieron ese fue uno de los cuatro que permanecieron intactos.

Después de diez años, la tarde del rescate del libro superviviente, K me envió un mensaje — Estoy en la ciudad, ¿Te parece si hablamos?.

Al recordar su frase, un escalofrío se dejó sentir, ¿Coincidencia?...

viernes, 1 de marzo de 2024

Días de descanso

El fin de semana anterior, casi al iniciar la sesión, percibí un ligero olor metálico cuando ella salió del apartado, le pregunté si quería pasar primero al sanitario, se confundió un poco pero asintió, -es esa comunicación que tenemos entre mujeres que sin hablar podemos entendernos-. 

— Saliendo a la derecha -le mencioné-. Ella tardó en volver; y cuando lo hizo, estaba contrariada — ¿Te encuentras bien?
— No podemos continuar
— Sí, no te preocupes, vístete y programemos una nueva cita -asintió con un creciente rubor en las mejillas-.

Le pedí a la asistente que revisara dentro de las fechas más cercanas un huequito donde pudiéramos acomodarla
— Maia, sería finales de abril
— ¡No!, ella se casa en junio y tiene que tener su paquete completo, coloca un plus días después de la fecha que ella te indique que termina su período.

Cuando todo estuvo agendado la vi caminar a la salida y me di cuenta que no estaba el guardia de seguridad en su puesto.

— Marianita, ¿dónde está seguridad?
— Ay, Maia, cada vez que entras al apartado él se va con la meserita del sushi
— Llámalo, por favor
Apenas terminar la oración, Marianita se encaminó a la salida, en ese momento entró un sujeto armado e indicó a Marianita que se alejara de la puerta, ella se colocó cerca de mí y el hombre empezó a vociferar, traté de explicarle la situación pero no escuchaba.

— No hay dinero, todo se mueve, con transferencia o tarjeta, no manejamos efectivo, puedes revisar.

El sujeto inspeccionó y al comprobar que era cierto lo que le dije volvió a refunfuñar; y antes de salir empujó a mi asistente que en un acto reflejo se sujetó de mí haciendo que perdiera el equilibrio; y mi tobillo recibiera el impacto del peso de Marianita.

El delincuente se fue, el guardia fue despedido, Marianita logró controlarse; y mi tobillo parecía la pata de un elefante. Cancelé el resto de las sesiones, revisaron mi tobillo, me colocaron una férula; y casi anocheciendo regresé a casa.

Al entrar, Gurrumino me recibió con toda la emoción que es capaz de generar su pequeño cuerpecito; y así, casi sin estar de pie hemos pasado los días.

Este fin de semana decidí no ir a trabajar, me he quedado con Gurrumino; y ahora nos disponemos a pasar una noche de chicos, escuchando música, viendo películas, series y algún documental; y claro, jugando con su pelota.

¿Gurrumino sabe que estoy lastimada, lo percibe?... No tengo idea, pero ha cogido el hábito de colocar su pequeño cuerpecito en mi pie izquierdo -el lastimado- y ahí se queda hecho ovillo.

Que el fin de semana sea espléndido para todos; y ya lo saben, hay barra libre, té, chocolate, café y lo que haga falta, toca que cada uno se prepare su bebida, también hay lugar en el sofá, con Gurrumino y conmigo. A pasarlo bien.