— Maia, ¿cómo sigues?
— Mejor, Sarita
— Amiga, me alegra que ya estés recuperada, anda, abre que estamos fuera
— Mmm, momento, Sara, Marce y Sarai entraron, traían cargando un par de charolas y una pequeña caja que llamó mi atención
— Maia, ¿qué crees? -hice un intento por hablar y Sarita me interrumpió — ¡Espera, espera!, no te esfuerces; ya te decimos. Colocaron las charolas en la mesa y Sara elevó la pequeña caja plástica moviéndola emocionada ¿sabes qué es?
— ¡Obviamente!, lo tomé entre mis manos y lo observé con curiosidad, hace tiempo que no veía uno de estos, mucho tiempo
— A que está divino, ¿no?
— Bueno, nostálgico, sí
— ¡Hysteria?
— ¡Hay que verla, Maia!
— Va a ser que no, a menos que hayas traído un reproductor, Sara
— ¡Maia, tú no tienes uno?
— ¡No, claro que no!
— Maia, soluciónalo, anda, tenemos que verla, mira que me metí en una venta de garaje solo para traerla y verla juntas
— Sarita, ni siquiera tengo reproductor de DVD, muchos menos de VHS
— Maia, es que es retro, hay que verla
— Podemos buscarla en la televisión por cable, igual y la encontramos por ahí
— Va; yo la busco, aunque ya no será retro
Para ese momento, Marce y Sarai habían quitado el plástico de las charolas y colocado los productos en la mesa — Mira, amiga, hoy seremos como tú, comeremos hierbitas; y todas esas cosas raras que te gustan, ah, pero con vino.
Sentadas en el sofá negro, copa en mano y botella en la mesilla auxiliar vimos la película, al terminar nos dejó esa sensación extraña de cuando tienes mucho que decir y no salen las palabras...
— Mi marido me pega, -mencionó Sarai- Las tres nos quedamos asombradas, Sarai se casó en noviembre y el marido parecía muy blando- Y me gusta que lo haga, diría que no solo me gusta, me encanta; y más cuando estoy llegando al ¿cómo era que decían en la película?, ah, sí, paroxismo, eso me pone; y me trae; y me lleva; y me recontra chifla, ¡Es una gozada! -silencio total-.
— Con Sergio eran multitud de "paroxismos", -jajaja, aquellos tiempos y sus palabras- por lo mismo acordamos -sin acordar- que cada tanto nos -des-encontraríamos; y era sumamente divertido y sanador quedar con alguien en un barecito y llevártelo pa'l corral, mencionó, Sara, aún lo hago, claro, pero ya no tiene la chispa esa que te enciende por el temor de encontrarte con algún conocido que le lleve el chisme a aquel.
— Pues con Marcos era genial al principio, pero al enterarme de sus devaneos me hizo pagar con la moneda de cambio y descubrí que tan compatibles no éramos.
Las tres voltearon hacia mí; y era de esperar que buscaran una confesión mía en esa noche improvisada de chicas...
Recordé a Innombrable; y cuando la relación avanzó, pasaron muchos años sin un paroxismo; y yo justificaba pensando, -Lo quiero y es lo importante-. Pues una tarde de ocio, en la televisión local vi que anunciaban una tienda de artículos femeninos; y su eslogan era "Total discreción" eso me armó de valor y cogí el teléfono fijo y marqué el número, una voz varonil al otro lado se mostró afable y terminé comprando el kit de primeros auxilios; ya saben, esos paquetitos de muchas cosas divertidas y todas útiles para el placer; y me aseguraron que nada del empaquetado revelaría su contenido, eran otros tiempos. Pues esa noche tocaron a la puerta y al abrir, frente a la casa estaba estacionada una van rosa con tremendo nombre de la tienda "Juguetes eróticos, venta de artículos para el placer femenino" y atravesado, como si fuera un sello de aprobación estaba su eslogan "Total discreción del placer íntimo femenino"... ¡No puede ser!, tal fue mi enojo por sentirme burlada que guardé los billetes y le pagué con todas las moneditas que guardaba en mi alcancía, -quédese el cambio- le dije; y entré en casa. Me senté en el sofá y me dispuse a abrir la caja rosa con una chica semidesnuda en el frente, en ese momento llegó Innombrable, mucho más temprano que de costumbre, — Maia, ¿has visto lo que está estacionado afuera?, no, ni te asomes, es denigrante, alguna pobre mujer tiene que recurrir a esa clase de degradación porque su marido no es hombre y no la satisface — O sea, ¿tú crees que es culpa del hombre? — ¿Qué pregunta es esa?, ¡Por supuesto!
... ya estaba escrito el principio del fin, porque después de ese desastre lo conocí a él.