Recuerdo esas navidades en casa de mis padres. Mi madre se sentía experta en los gustos de sus hijos; y cuándo le preguntaban — María, ¿qué regalo le traerá Santa a tus hijos? — mi madre, orgullosa, siempre respondía — ¡Santa sabe! — ... ¡y Santa no sabía!, porque nunca atinó a uno solo de mis deseos -tampoco los de mis hermanos- pero se agradecían las buenas intenciones del despistado Santa.
Hace años -muchos años- que no celebro estas fechas, siento que me he oxidado, pero en días pasados asistí a un mercadillo navideño. Reconozco que estando dentro de ese ambiente multicolor y envuelta en el barullo de la gente, se despertó en mí una pequeña, mínima, casi imperceptible gotita de deseo de hacer de estas últimas semanas algo diferente; ¿y esto por qué sucedió?.
En el recorrido me encontré a una pareja de antiguos amigos que no veía hace muchísimo tiempo -ni siquiera recuerdo si éramos amigos- traían entre sus brazos a un chiquitín que no dejaba de olfatearme; y lamerme; y empujar su pequeño cuerpecito hacia mis brazos... hice lo único que podía hacer ante tales muestras de afecto...
Gurrumino
Este año, Santa ha llegado con anticipación; y para evitar que vuelva a equivocarse, Gurruminito es mi autorregalo.
¿Su dueña?, para nada, este chiquitín hace conmigo lo que quiere.