🎼 🎶
Me habĂa sentado en el cĂłmodo sofá negro a pasar la tarde, series, un vinito y enseñando a Gurrumino a jugar con la pelota, pero a Gurrumino se le ocurriĂł mostrarse perezoso y solo querĂa estar en mi regazo, lo levantĂ© e inmediatamente se acomodĂł y empezamos a charlar -sĂ© que no me entiende pero lo intenta- el tinto ondeaba en la copa mientras yo enfocaba mi atenciĂłn en el peludo, hasta el momento que recibĂ una llamada.
— Maia, ¿estás en casa?
— Estoy, Sarita, ¿pasa algo?
— ¿Y lo preguntas?, por supuesto que pasa, voy en camino
— Bien, aquà te espero
— Pues dale, que estoy fuera
— Sara, rápido has llegado
— Ay, amiga, que ya me conoces -y sĂ, Sarita tiene la manĂa de anunciar su presencia justo cuando está tocando a la puerta-
— Maia, serás mala, ¿dónde está el sobrino? -le señalé el sofá negro e inmediatamente se precipitó a su encuentro-
— Pero si es una monada, anda, vamos a darle una vuelta
— No se puede, Sarita, aún no tiene correa
— Ja; ¿y no quieres también un bozal?, mira que eres... no vaya a morder a algún mortal
— No es por eso, aunque temerario es, solo no quiero que vaya a perderse
— Vamos, somos dos para cuidarlo
— Está bien, pero manejas tú, que yo he bebido un poco -miedo me dio subirme con Sarita-
— Maia, le compré un cinturón de seguridad a ¿cómo dices que se llama el sobrino? — Gurrumino — pues eso, a Gurru ¿qué?, Maia, ¿le has puesto un nombre tan feo a una cosita tan preciosa?
— DirĂa que sĂ, pero mira, tiene carita de Gurrumino
— Jo, pues ya qué -y levantando a Gurrumino al nivel de su rostro le dijo- — ¡pues Gurrumino te llamas pero te han jodido la existencia—
— Sarita...
Le colocĂł el cinturĂłn de seguridad y el pobre Gurrumino iba que parecĂa que lo habĂan crucificado
— No, definitivamente no, esos cinturones más que de seguridad parecen de castigo
Estacionamos en el parque, caminamos y Sarita, cargando a Gurrumino le mostraba las plantas, los árboles, las bancas y lo acercaba para que olfateara todo, el peludo empezó a fastidiarse de tanto mimo e intentó bajarse.
— Maia, pero es que ¿cómo se te ocurre sacarlo sin correa?
— Pues...
— Pues nada, amiga, eres un pelĂn irresponsable -me encogĂ de hombros-
— Mira, Maia, viene el señor de los helados, ¿compramos?
— Va
— ¿Y qué hacemos con Gurrumino?, ¡ah; ya sé!
Sarita intentó desactivar su alarma y nada, introdujo la llave y lo abrió manual, colocó a Gurrumino en el asiento trasero y cerró con llave, quiso poner alarma y nada. — Algo anda mal, Maia —
Pedimos el helado, ella de crema y yo de frutas; y al volver al auto, Gurrumino no estaba, buscamos por todos lados y el peludo no aparecĂa, a punto de la desesperaciĂłn caminamos llamando a Gurrumino... a lo lejos un ladrido, corrimos a su encuentro y no lo veĂamos, el ladrido estaba pero, ÂżdĂłnde?.
Dentro de un auto estacionado idéntico al de Sara, se encontraba Gurrumino
— Pero, ¡quĂ© diantres!, ÂżcĂłmo llegĂł hasta aquĂ?, Maia, revĂsalo bien, no vaya a ser uno que se le parece y quiera engañarnos, ÂżsĂ es? -Sarita habĂa colocado a Gurrumino en un auto parecido al suyo-
Y la despistada soy yo...
Afortunadamente, Gurrumino regresĂł al seno familiar sin trauma aparente pero, lo que realmente asusta es; que la llave de tu coche con chip Ăşnico -supuestamente- pueda abrir otros autos del modelo sin ningĂşn problema. Esta situaciĂłn me dio terror y me hizo hacer una publicaciĂłn en un grupo femenino como una forma de apoyo entre mujeres y mi sorpresa fueron las cuatrocientas -poco más- respuestas que recibĂ donde a todas les habĂa sucedido lo mismo...