Ese día mi madre había conversando con algunas vecinas y su estado animico había decaído. En momentos se sentía nerviosa o asustada, por ese motivo nos recogimos cuando aun no caía la tarde.
Recuerdo que en esos tiempos la puerta principal se orientaba al sur, totalmente desconfigurada del resto de la colonia, así lo decidió mi madre para mantener a su familia al margen del escudriño. Años después me enteré que lo había hecho porque, Lucina -la vecina- y mi padre habían tenido una aventura bajo la atenta mirada de su marido, que cada tanto organizaba quedadas para la diversión de su mujer.
Esa noche mi padre estaba de visita en casa de los abuelos, llegaría tarde o quizás se quedaría, mi madre se sentía asustada -una sensación que nos transmitía- había obtenido información espeluznante de los vecinos.
Le contaron que un ser oscuro, de gran tamaño y fuerza, -venido del inframundo- rondaba el entorno, llegando de noche se introducía en alguna de las viviendas y abusaba de las niñas -la más pequeña-, luego desaparecía dejando un rastro de dolor y lágrimas.
Esa noche mi madre por primera vez trancó la puerta, nos llevó a su recámara, bajó uno de los colchones, en el blando se acostó mi hermano mayor y el duro puso colchonetas y nos acostamos mis dos hermanas, mi madre y yo.
De madrugada se escuchó la puerta, alguien con mucha fuerza intentaba abrirla, empezó a golpearla y el ruido nos despertó -menos a mi hermano que dormía como piedra-, los golpes se volvieron más potentes; y entre ese silencio sepulcral, los azotes -el único ruido- se sintieron en el pecho, como si el sonido hiciera eco con las pulsiones del corazón maximizando su ritmo.
Mi madre nos tenía abrazadas; yo estaba acurrucada entre sus piernas y mis hermanas enroscadas a su costado, ella, con voz apagada nos decía que no hiciéramos ruido. El llanto era hacía adentro, el grito controlado con una mano presionando la boca.
Los golpes cesaron, pero solo por un momento, después continuaron en la ventana, el cristal se debatía entre sucumbir o continuar poniendo resistencia, luego todo quedó en silencio y solo unos pasos alejándose lo rasgaban.
Había como un susurro violento partiendo la noche, era una niña y no entendía lo soez que llegan a ser las palabras; y entre los pasos alejándose y la voz perdiéndose en la nada, mi hermana de enmedio exclamó ¡Es el abuelo!. Mi madre se levantó como impulsada por un resorte y abrió la puerta, a la distancia logró distinguir la silueta del abuelo y lo llamó
El abuelo regresó con su andar grotesco, caminaba con cierta furia, como golpeando el suelo; y empujaba sus brazos con fuerza, siempre que lo veía venir sentía miedo, como si fuera el final de mi existencia, pero el abuelo era suave, me contaba cuentos.
El abuelo le recriminó a mi madre que asegurará por dentro, '¿Qué esconde, Maria?, también le dijo que mi padre se había quedado a dormir en su casa, pero que él estaría vigilante por si se le ocurría meter a algún sujeto. Mi madre se mantuvo callada y sin atreverse a mirarlo, también le tenía miedo.
— No te quiero abuelo, eres malo; ya no eres mi abuelo
El abuelo se quedó mirándome, es fecha que su mirada, su expresión sigue siendo inexplicables para mí, no dijo nada, solo levantó la mano y me señaló que me acercara pero no lo hice. Había escuchado que mi abuelo era un maltratador y hasta ese momento lo creí. Empezó a recriminar a mi madre lo mal educados que nos tenía; y por vez primera mi madre levantó la voz, lo hizo callar y lo echó de casa.
Ese fue el momento en que mi madre enfundada en valor se convirtió en matriarca. A mi padre no le quedó más remedio de dimitir. El abuelo murió días después, fue en una madrugada.
El ser oscuro se llamaba Rigo, no era de otro mundo, era el hijo de los vecinos de la esquina, acababa de salir de prisión, había estado un año recluido por el abuso de tres niñas, cuando lo dejaron libre siguió haciéndolo porque nadie denunció. La gente, los vecinos prefirieron creer que era un ente venido del inframundo; y con el tiempo se volvió leyenda.
Vaya narración tan interesante. Independientemente de la materia dura que hay detrás. Es un verdadero cuento, como las leyendas antiguas, espléndidamente descrito por ti. Es curioso, pero la verdadera historia de las personas está, o al menos empieza a estar, en esos ámbitos familiares, íntimos, crudos en tantas ocasiones aunque no se hable de ellos. Que un personaje real -el abuelo- con un currículum agresor detrás se convirtiera en vox populi por interés de los vecinos, que proyectaban sus fantasmas y miedos de este mundo y de ellos mismos, es algo que ha sucedido infinidad de veces en todas las sociedades. En la Biblia, que no es sino un conjunto de narraciones orales de la cultura hebraica transcritas en un momento dado, se exponen sobradamente todo tipo de avatares violentos. Eres una narradora con garra.
ResponderBorrarCosas más extrañas, a veces inverosímil pasan a puerta cerrada, Fackel. Gracias
Borrarlos cuentos clásicos nacieron de miedos atávicos como este. el lobo de la caperucita no era sino otro abusador de niñas; y el cuento, que estaba dirigido a los adultos, era para prevenir de tales peligros haciendo que la gente esté alerta.
ResponderBorrarcómo se ve que en las sociedades, por más que pase el tiempo, ciertas cosas no cambian.
Sí, de los hermanos -olvidé el nombre-.
BorrarComportamientos cíclicos, tan erráticos que cuesta creer que sigan sucediéndose, DRACO.
si ponés atención en las comunidades comprendés que todo parte de ahí y que los verdaderos demonios no están en los infiernos, los tenés aquí, entre nosotros, gente conocida, vecinos, amigos, familia conocidos de conocidos.
ResponderBorrartus historias fluyen y se hacen cortas y te quedás con las ganas de más
ismael
Sí, no todos son buenas personas, Israel.
BorrarMuchas leyendas urbanas se construyen de esa forma, disfrazando, deformando la realidad y así nacen los mitos. Tu narrativa alcanza un punto alto en este relato, casi como si se tratase de una película nos revelas la verdad al final cuando se podía pensar que era otra. Mis felicitaciones Maia.
ResponderBorrarBesos dulces y dulce fin de semana.
Sí, el abuelo tenía sus muchos defectos, pero no violentaba niñas, no de esa forma, si en su parte machista de -eres mujer, atiéndeme, que para eso naciste!-.
BorrarGracias, DUICE, feliz semana.
Cuando tu abuelo te levantó la mano y te señaló que te acercaras y no lo hiciste... ¿Te arrepientes ahora? ¿Lo harías si, por cinco minutos, la vida te lo devuelve? ¿Le darías cinco minutos de tu tiempo para escucharle lo que te tenía que decir esa vez? Va un abrazo, Maia.
ResponderBorrarBueno, no lo sé, actualmente no le habría permitido un solo azote a la puerta, menos levantar la voz o acusar y/o maltratar a mí madre, pero sí, me acercaría y le daría un abrazo, sin duda.
BorrarOtro para ti.
Maldito Rigo...
ResponderBorrarCuántos criminales sueltos por miedo a denunciarlos.
Y di los denuncias tampoco hacen nada, TORO.
BorrarHola, Maia,
ResponderBorrarEn esta entrada, contás como tu madre se comportó como protectora, como su temor tenía mucho sentido. Lo que le daba sentido a esa historia, aunque luego ser tu abuelo. Quien tal vez haya sido un maltratador.
Que esos seres seres sean humanos, no sobrenaturales, no los hace menos perturbadores. Se entiende el comportamiento que tuvo tu madre.
Besos, Maia.
Lo que hacen las madres, proteger, con todo y miedo. El abuelo no fue diferente a otros hombres que hubo y habrá, espero que algún día se erradique ese comportamiento..
BorrarPienso como tú, Demiurgo.
Otro para ti.
Los "seres del inframundo" siempre acaban siendo de los peores representantes de la humanidad, que hace porque el resto le deja hacer sin más.
ResponderBorrarMucha tensión, mucho miedo en el relato.
Saludos,
J.
Todos somos responsables, unos por su maldad y otros por permitirla.
BorrarSaludos, J.
Tremenda forma de escribir, da gusto leerte.
ResponderBorrarGracias, Kiffi.
BorrarEn cierto modo es una historia triste. Otra muestra más de lo despreciables que podemos llegar a ser. Un maltratador suelto por el barrio. Y el barrio no solo gira la cara, si no que, más allá de su cobardía, se inventa una estúpida historia para calmar su conciencia. Los monstruos nunca han existido: siempre son el vecino que abusa y el vecino que lo sabe y mira para otro lado.
ResponderBorrarY yo no tengo nada que agregar a tu contundente razonamiento, Cabrónidas
BorrarTremenda tu historia MAIA, además de que la has contado estupendamente. Yo que venía a por mi té, que ya estará helado de lo que he tardado y casi necesitaría mejor algo más fuerte a la vista de tu entrada. Creo que fuiste muy valiente con tu abuelo y como CRABÓNIDAS opino, que resulta despreciable que en el barrio, lejos de denunciar a ese abusador de niñas, encima se le ocultara tras una leyenda y se le permitiera seguir abusando... Realmente terrible todo lo que cuentas...lo peor, seguro que en algunos lugares aun se sigue comportando la gente así, por eso los malos malísimos proliferan, en lugar de cortarlos de raiz, se permite que se expandan.. vaya susto y mal trago debió pasar tu madre, bueno, todas menos tu hermano que no se enteró ; ) Un beso y gracias por el té y todo lo demás, siento mis tardanzas, pero es que a veces, muchas, no me da el tiempo.
ResponderBorrarTu té siempre estará caliente y a la espera, María, sin importar las horas o días que tardes en volver. Sí, Cabrónidas tira al centro, justo allí.
BorrarBeso, María
Eso pasa. Nosotros mismos somos responsables de las leyendas, surgidas de seres humanos maldadosos. Aquí donde vivo, ña comunidad aterrorizada por un delincuentes común, que era muy ágil para no dejarse detener por la policía, empezó a pensar que tenía pacto con el diablo
ResponderBorrarAños más tarde su leyenda se desmoronó; un policía de la especial le dio muerte en el hospital a donde había llegado herido. Un abrazo. Carlos
Algo que tenemos en común, Carlos, no de lo mejor pero es lo que hay.
BorrarEsas leyendas se desmoronan cuando alguien decidido las confronta.
Otro para ti.