Fragmento de la malicia en la mujer
-La Catedral del Mar-
Como lo he mencionado en algunas ocasiones, mi madre decía y estaba firme en su creencia que las mujeres somos prácticamente la encarnación del mal; y cuando llegué a confrontarla preguntándole — Ma, pero tienes tres hijas, ¿somos malas?, ella respondía tajante que no, que sus hijas no lo eran precisamente por ser sus hijas. Al ver su rostro y esa mirada domadora prefería callar y no ahondar en el tema. Todo esto lo vine escuchando el tiempo que vivimos juntas -que no fue tanto, pero como si lo fuera-. La mujer envuelve y hace pecar al hombre, lo lleva por el mal camino, lo hace dudar, se mete en su mente y lo obliga a hacer cosas que al hombre no se le hubiese ocurrido... y así innumerables frases tan aprendidas a lo largo del tiempo.
Cuando mi hermano mayor se quiso divorciar de su mujer después de siete años; y ya habiendo puesto toda la situación sobre la mesa a mis padres y los de ella, dos meses después, nos dio la noticia que ella estaba embarazada por tercera ocasión — ¡Qué diantres! -le cuestioné- ¿cómo dices no soportarse y la embarazas?, mi madre de inmediato salió en su defensa argumentando que ella había embaucado a ese pobre e indefenso angelito para evitar el divorcio — ¿Acaso te puso un arma para obligarte? — ¡Basta, Maia, es hombre!, la mujer se controla, el hombre no. Cuando decía ¡Hombre! parecía que hablaba de una divinidad...
Saqué el móvil cuando sentí la vibración de un nuevo mensaje; y antes que pudiera leerlo levanté la vista... Innombrable se quedó mirándome con sus ojos al acecho.
—¿Celosa, Maia? -no pude evitar reír internamente, en el exterior mi rostro parecía inmutable-
— ¿De tu quinceañera?
— De que pueda al fin desprenderme de ti, de tu yugo; y de haber conocido a alguien que te supera; ¡y por mucho!. Puedo asegurar que me he exorcizado de tu falta de querer. Ahora es que veo que eres todo lo opuesto a lo que cualquier hombre puede desear ¡Oh, cariño, me has perdido!; y Maia, tiene diecinueve.
Conforme hablaba me fui perdiendo en mis pensamientos hasta dejar de escucharlo y me quedé observándolo, ¿En qué momento me pareció atractivo?, ¿Cuándo y por qué mi loca cabeza llegó a admirarlo?. Él seguía diciendo incoherencias sin apartar la vista de mí, intentando captar anticipadamente mi sentir y descubrir si sus palabras me hacían un daño que estaba muy lejos de sentir.
Intuí la intención de su larga mirada, de su limitada sonrisa, tenía esa expresión de triunfo tatuada en cada partícula de su ser, salí de mis pensamientos y me centré en terminar la conversación insulsa con Innombrable.
Acerqué mis labios al lóbulo de su oreja, exhalé serena y le dije bajito — Uno no se arrepiente de lo que dice, lo hace de lo que calla; y yo contigo callé demasiado para no hacerte sentir mal... y tú... ¡sería tan fácil!.
Empezó a temblar; y me bebí de un sorbo su fuente de turbación . Me bebí el sonido de su quebrada voz crepitante ante la hoguera que, con solo un pequeño roce lo enciende. Me bebí su dureza hasta dejarlo flácido; y solo quedó frente a mí su cuerpo debilitado y vulnerable; y toda la seguridad que había mostrado se volvió humo.
Me levanté con calma, ese pequeño roce involuntario había sido suficiente acercamiento para una noche, para una vida; y antes de retirarme me incliné hacia él y dije: — Rectifico... ¡Es... Eres tan fácil...!. -A lo lejos, su novia de turno me observaba furiosa-.
Yo me fui... y me llevé conmigo el delicioso mensaje que acababa de leer.
Quizás mi madre no estaba del todo equivocada, en lo que nunca estuve de acuerdo con ella es que todos los movimientos son por maldad natural en la mujer. Es quizás que esas pequeñas diferencias mentales hacen que la seducción sea más sutil, al igual que el rechazo.