sábado, 26 de octubre de 2024

Como un suspiro



Maia, me gustaría que conozcas a mi abuelita 
— ¿Cuál es el motivo?
— Es la persona más importante en mi vida; y quisiera presentartela
— ¿Cuándo quieres que la conozca?
— Elige tú, entre semana cualquier día 

Recorrimos la ciudad adentrándonos en las primeras colonias que se formaron, casas muy antiguas empezaron a aparecer, cada una diferente a la otra, en esos lugares no se encuentran viviendas fabricadas en serie, no tienen estacionamiento, son de un piso y su estructura es alta y con esquinas curvas, eso solo es posible en el lado norte.

Frente a la vivienda se mantenía firme una plaza circular donde presentaban corridas de toros, diferente a otras estructuras de esa naturaleza, esta es considerablemente bajita.

— ¿Sigue activa esta plaza?
— Solo para lucha libre 
— Es muy baja, me da la impresión que los toros podían escapar sin problema 
— Sucedía con frecuencia, en el frenesí saltaban a las gradas, luego corrían alrededor de la colonia; y nosotros siendo niños salíamos despavoridos
— Aterrador 
— Y divertido, soltabámos una carga de adrenalina potente; y en la noche nos reuníamos frente a una fogata a contar nuestras hazañas, aunque eran de todos conocidas, esa fogata olía a testosterona pura y dura.

Entramos a la vivienda, parecía un lugar suspendido en el tiempo, todo estaba seccionado y entremedio separando los dormitorios de los accesos comunes había un largo corredor, al fondo y uniendolo todo un enorme y rústico jardín.

— Ven, Maia, mi abuelita ya no sale de su habitación 
— ¿Le has preguntado si quiere recibirme?
— Anoche hablé con ella
— ¿Y si refrescas su memoria?
— Tiene muy buena memoria, Maia

Entramos a su dormitorio, una mujer menudita estaba sentada en una de las dos camas que había, recostado a su lado un pequeño y blanco cachorro que recibía sus caricias.

En algún momento nos quedamos solas, doña Sofía pasaba los noventa años, tenía una agilidad mental sorprendente, se dejó sentir casi de inmediato.

— Su habitación es bonita, tan llena de recuerdos 
— Es lo único que me queda de mi Juan 
— Lo siento 
— Yo no, me hubiera dolido más si yo me fuera primero, no son tan fuertes como piensan, pero los dejamos creer que sí 
— ¿Mucho tiempo juntos?
— Imagínate, llegó al pueblo donde vivía con mis padres cuando yo tenía doce años, iba con otros chefs, como era un pueblo de aves, ellos llegaron a enseñarnos a elaborar galantina de pavo; yo me acerqué a aprender y me dijo que fuera a buscar a mis padres, que quería hablar con ellos, al día siguiente nos casamos y nos venimos para aquí 
— ¿Volvió alguna vez al pueblo?
— No, mi lugar estaba al lado de mi Juan; y ahora está aquí, en la casa que me construyó; y dónde me ha dejado

Volví a observar las paredes tapizadas con fotografías en un blanco y negro desvanecido, cinco embarazos gemelares de varones — ¿Cuál es usted, doña Sofía?, se señaló entre las cuatro niñas -ella se perdía como una más-

y entre todo ese tapiz había una fotografía que destacaba, era la única que tenía marco, era más grande que el resto y en color. Me quedé observando con detenimiento, parecía tan diferente 

— ¿Su marido?
— ¿Quién? -buscó con la mirada tratando de ubicarlo-
— Él -señalé la fotografía con marco-
— ¡No, no!, es el niño Fidencio
— ¿Su hijo? -me miró y su rostro mostraba desconcierto-
El niño Fidencio es un santito muy milagroso, ¿mi nieto sabe que no eres creyente?
— Eso creo, ¿es un problema?
— No para mí, he visto cosas peores que eso; ya he vivido muchos tiempos; y sigo aquí, adaptándome al cambio, pero mi nieto sí es religioso 
— Mientras sea respetuoso, doña Sofía, ¿por qué es tan milagroso?
— Cuando llegamos aquí; y al estar construyendo tuvimos que cavar varios metros para poner tierra buena para el jardín, mi Juan quería un huerto para sus recetas; y encontramos cosas malas enterradas, el niño Fidencio nos ayudó a alejar toda la maldad
— ¿De ahí viene su fe?
— No solo de ahí, también de los milagritos que hizo en vida; y sigue haciendo
— Entiendo 
Maia, respeta la naturaleza del hombre y él respetará la tuya
— Gracias, lo tendré en cuenta
— Ayúdame a llegar a la cocina, haremos galantina

Y mientras preparábamos la galantina

— Setenta años casada... ¡Toda una vida!
— Apenas un suspiro, diez años sin mi Juan han sido toda una vida


Té, Café, Tinto o lo que apetezcas; y un intento forzado de galantina 
¡Acompáñame!







1 comentario:

  1. Doña Sofía, como casi todas las abuelas que atravesaron el siglo XX, vivieron muchas cosas que nosotros apenas sí podremos llegar a imaginar.
    Y no solo las vivieron, aprendieron de ellas.

    Saludos,
    J.

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Susúrrame al oído, que mi corazón te escucha