lunes, 22 de julio de 2024

Cuando la naturaleza es generosa



En ocasiones llegan a la clínica chicas de corta edad acompañadas -generalmente- de sus amigas, rara vez de sus madres, esto sucede cuando el área a tratar es la zona íntima, de hecho, hay una silla rinconera colocada para la comodidad de esos momentos. 

La situación cambia cuando es un hombre adulto -y su madre- el que acude a solicitar el servicio, el ambiente se torna enrarecido cuando él se expresa esperando el consentimiento/aprobación de su madre. Las recepcionistas, incómodas ante estas situaciones dejan el trabajo a medias y hay que resolverlo cuando llegan a sesión. 

— ¿Le puedo ayudar?
— No lo sé,  ¿madre, nos puede ayudar?
— Señorita, no se ofenda, preferimos que nos atienda un hombre
— No me ofendo pero en esta clínica no encontrará hombres -ambos se miran indecisos- él rompe el silencio
— ¿Cuántas sesiones necesito para eliminar todo de allá?
— ¿De dónde?
— Pues de abajito 
— ¿las piernas?
— No señorita, de enmedio
— ¿Abdomen? -voltea a ver a su madre en el momento que dice algo ininteligible-,  muevo las manos en señal de desconcierto
— Su lado viril, señorita. La madre se levanta y se dirige a mí; y sí, lo reconozco, son esos momentos en que -por un instante- desde alguna parte interna algo te pone alerta
— Tome asiento, señora. La señora vuelve a su lugar y se sienta apenas tocando la punta del asiento, preparada para saltar a mi yugular si alguna pregunta no le pareciera.

Solucionados los detalles y en camino a la cabina creí que la señora pasaría con nosotros, estaba segura que entraría a cuidar de su hijo... me equivoqué, ella se queda en la salita de espera. 

Jonas, tiene que descubrirse y poner su pierna derecha en cuatro -le daba indicaciones y él seguía con la toalla anudada en su mano-, ¿me ha comprendido? -asintió pero seguía sujetando la toalla-, al no avanzar, le sugerí una solución, también podemos reagendar si no se siente preparado, el paquete no expira, -su mano empezó a ceder, al tenerlo en posición no pude evitar sorprenderme, al descubrirse, el hombre se había ruborizado y no solo de las mejillas, todo su vuerpo estaba encendido-. Bien, Jonas, vamos a tardar un poco más,  pero todo está bien.

Y entendí que,  así como las mujeres y el busto, o su cuerpo en general,  los hombres también pueden tener vulnerable su autoestima por la medida de su miembro o lo demás, sea que alcancen los doce centímetros o -como en este caso- casi llegue a los treinta. 

Y no, no saqué la métrica, el cabezal tiene cierta medida y es imposible -en situaciones así- no hacer cuentas...

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jueves, 4 de julio de 2024

Radical




Corté el cabello por debajo de los hombros, preparé el flequillo y cuando estaba a punto de hacerlo me detuve, observé  los largos esparcidos por el piso, luego levanté la vista y el espejo me arrojó una imagen diferente,  ¡tan distinta!, ¿cuándo fue la última vez que lo tuve tan pequeño?, la memoria juega a su favor,  se me oculta; y no tengo los recursos para someterla, me pierdo en el presente, en esos cabellos que hace mucho dejaron su rebeldía.

Abrí el tubo y preparé el tinte, una hora después estaba nuevamente frente al espejo, ¡ahora soy castaña!, pero ¿me gusta el cambio?; y aquí estoy tratando de asimilar el contraste con mi piel.

Lo peinaba, lo secaba e intentaba hacerme una con mi nueva imagen; y a punto de seguir moldeando, me detuve a responder un mensaje,  luego otro y así se fueron sucediendo hasta terminar en una charla amena; yo seguía de pie frente al espejo...

Cuando escuchaba su voz corría a esconderme, sabía que se quedaría poco, pero era el tiempo suficiente para sentirlo eternidad. ¿Cuánto tiempo era el límite antes de ser descubierta?, relativamente breve.

La tía Carmela llegaba a poner todo de cabeza, nos llamaba a su presencia -a las tres- y después de quejarse de nuestras largas y alborotados melenas metía tijera dejando nuestras cabezas corte-niño. Recuerdo que mi padre adoraba verme así,  tanto como yo lo detestaba pero, ¿quién podía contradecir a un mayor, más siendo familia; y por qué lo hacía?.

Mi madre al regresar y ver ese desastre; y dentro de su enfado solo atinaba a decir, ¡Ay, Carmela!... ¡Diantres, qué difícil era la/mi familia!...

Y ahora estoy aquí, buscando resolver mis dudas. ¿Por qué intentar el cambio?, ¿por qué cortarlo y cambiarle su color?... Y dentro de la introspección me vino la respuesta. Porque últimamente me he sentido incómoda, diariamente enferma y agotada de solucionar los problemas de las ocho -amigas-; y tanto, que olvidé cuidar de mí. 

No era mi aspecto lo que tenía que atender, pero me ha encantado el cambio... Mañana habrá reunión de chicas -y a cortar cabezas-...