sábado, 4 de enero de 2025

“Lejos en la distancia sus ojos siguen mirando”

Alta, de largas piernas, busto generoso, melena corta y ondulada, piel blanca como papel, cocinaba deliciosamente, una habilidad que mi padre heredó -cuando lo hacía-, fuerte, resolutiva, abnegada, un ejemplo a seguir -decia mi padre-.

Era escucha, observadora, callada, fría y de mirada inquisidora, despertaba antes del alba; y a las siete ya tenía todo en orden, la casa limpia, ropa lavada, la anterior planchada y acomodada, ¿en qué momento entraba en las habitaciones a acomodar las prendas sin ser detectada?, nunca lo supe, a esa hora el desayuno humeaba listo para ser devorado. Su agudeza era temeraria; y cuando la comunicaba, nadie en la familia la cuestionaba.

Ángela María llegó a mi vida dos años antes, para esas fechas yo andaría por los trece años, ella estaba por cumplir sus veintiséis, trabajaba de día y estudiaba nocturna, no recuerdo en qué momento la conocí, pero desde el inicio la amistad se sucedió espontánea. Hacíamos pijamada, desayunaba o comía en casa, sus visitas eran diarias.

Una tarde de domingo que sabía que estaría allí, Ángela María fue a visitarme a casa de la abuela, lejana, aún imperceptible, la abuela con su vista de águila la vio venir por ese basto despoblado que rodeaba su casa, entró y reprendió a mi madre, — ¡María!, ¿cómo es posible que permitas la amistad de tu hija con una desviada?, corta esto de inmediato si no quieres que te acuse con mi hijo.

A la abuela no se le cuestionaba, Mamá me negó y desde ese momento la amistad se fue quebrando, -un año después la abuela murió-. Luego de muchas súplicas, Ángela María nos siguió visitando, quiero suponer que nunca se enteró.

— El dolor se está volviendo insoportable, Chabelita, creo que es un cólico renal como el anterior, ¿puedes venir a arreglarme?, tengo noche familiar de fin de año 
— Vente al hospital que tengo guardia, Maia, aquí lo resolvemos

Sarita me acompañó y entramos por urgencias, Chabela ya me esperaba, le dio indicaciones a la enfermera y dijo que volvería porque tenía un infartado. La enfermera se acercó, tocó mi vientre y me sonrió 

— ¿Duele mucho, Maia?
— Intensamente, pero no en el vientre
— Lo sé, en un momento te arreglo. A ver, Maia, esta inyección duele como patada de mula, decide, ¿te la pongo de pie o acostada?, el dolor quizás sea equiparable con el que sientes ahora, pero será momentáneo, bueno, no tanto, durará unos minutos 
— Vaya, prefiero de pie

Rocío, la enfermera, preparó todo, se acercó y se quedó observando 

— Niña, que no te has bajado el pantalón 
— Bájelo hasta donde considere, por favor, que me estoy quebrando 
— Tranquila, va a pasar, te lo bajaré a media nalga, naa, mejor completo, así tendré una visión más amplia

Rocío puso la inyección y casi de inmediato sentí su recorrido; y en ese momento entendí por qué había dicho que duele como patada de mula. El dolor fue remitiendo -ambos- y es cuando me di cuenta que la mano de Rocío seguía empalmada en mi trasero

— Ya está pasando, Rocío, gracias 
— No corre prisa, niña, cómo soltarte si tienes un bonito trasero, debí darte una nalgadita antes de aplicarte la inyección 

Frente a mí, Sarita sonreía maliciosa

¡Acompáñame!
Hay té, café y galletitas en la mesita de arrimo



P.D. Ángela María se casó y tuvo tres hijos, actualmente vive con, Laura, su segundo matrimonio y el amor de su vida, -enlasierradenomeacuerdo-; y gracias a las redes seguimos tan amigas.