Aquellos tiempos cuando la adolescencia no terminaba de salir; y la adultez de posicionarse, para decidir te veían como una niña y para responsabilizarte como mujer adulta.
Mi hermana mayor tuvo una situación complicada con su embarazo y el final lo pasó en cama. Su sentido de responsabilidad la orilló a convencer/manipular a mamá para que me obligara a cubrirla en su trabajo.
Empezaba el verano, mis vacaciones planeadas con mucha anticipación se habían arruinado; y tocó "sacar la casta por la familia" -como mi madre decía-.
Casi dos horas de trayecto para estar a las siete dentro del lugar, con la puerta abierta y las persianas corridas, era un trabajo en el que hacía -nomeacuerdoynuncameenteré-, pero era importante, -eso dijeron-.
Por impuestos aquellos lugares eran de fachada, al frente un negocio insignificante que poco o nada atraía la atención; y detrás el verdadero giro de la empresa, el sitio no era la excepción.
Por seguridad había echado el pasador a la puerta malla y me dispuse a recorrer el establecimiento. Al abrir la puerta trasera encontré un recibidor, un escritorio, una silla secretarial y un comodísimo sofá. A la izquierda una puerta con acceso a una notaría, un par de sofás negros, con su mesita de arrimo y detrás estantes empotrados cargados de documentos, hasta el fondo del lado derecho un impresionante escritorio con figurillas labradas que ya he olvidado, había poca luz, era sombrío y tenebroso, como sacado de un cuento antiguo.
Nuevamente en el recibidor, a la derecha tres puertas y un corredor, dos eran bodeguitas de papelería y artículos de limpieza, la otra era una oficina, luminosa y espaciosa que ocupaba el hermano del notario, -también abogado-. El corredor llevaba a una casa vacía con salida a la otra calle.
Puntual a las ocho llegó el notario, un hombre alto, delgado, blanco, la parte alta de su cabeza con alopecia, lo reconocí como amigo de mi madre, saludó sin mirarme, andaba en su mundo, como siempre hablando solo, se dirigió a la puerta trasera y la cerró sobre sí, de inmediato volvió.
— ¿La hermanita menor?, ¿Maia?
— Sí, me enviaron a cubrir y no tengo idea lo que haré
— No te preocupes, en verano no hay nada que hacer, solo estar -siguió hablando para si mientras se alejaba-; y, Maia, mi esposa vendrá más tarde para conocerte
— ¿Por qué?
— Sí, bueno, le hablé de ti y necesita conocerte
— Aquí estaré
A las nueve llegó el hermano menor, estaría sobre los cuarenta, igual de alto, quizás más, tenía un cuerpo extraño, no era grueso, pero tampoco delgado; y una linda barriguita se esforzaba por salir del traje, abultadita y pequeña; y su cabecita totalmente lisa, que ganas de recorrerla con mis manos... se detuvo a observarme
— ¿La hermanita?
— ¡Presente!, sonrió, hablamos un poco, luego se alejó
Pasados los primeros días me di cuenta que no usaba su despacho, tenía la costumbre de sentarse en el recibidor, lo observaba y mis manos cobraban vida, se estiraban para acariciar esa hermosa autopista, en incontables ocasiones estuve a punto de lograrlo, retrocedía en el último momento.
Uno de esos días abrí la puerta trasera, tropecé al entrar, -o eso creo-; y fui a caer encima suyo, mis manos dejaron de obedecerme y recorrieron su cabeza tersa y suave, aun no recobraba el equilibrio y pude disfrutar de esa sensación tan agradable; y sin darme cuenta había empujado su rostro enmedio de mi busto; y lo mantuve ahí. Me tomó de la cintura y me elevó al tiempo que se levantaba, luego me soltó y me ofreció disculpas mientras se tocaba la frente avergonzado, su rostro estaba encendido.
— Maia, perdón, fui inapropiado, no me di cuenta, no es justificante, discúlpame
— Fue mi culpa, me tropecé
— Algo tiene esa entradita porque a tu hermana le pasó lo mismo
— ¿Es enserio?
— ¡Sí!, varias veces
El verano terminó, pero mantuvimos el contacto...
¡Acompáñame!
Té, Café, Chocolate, Trufas; y lo que apetezcas en la mesita de arrimo.